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El mito de la caverna o el por qué del sufrimiento


El mito de la caverna


¿Recuerdan que en las clases de filosofía de la escuela nos enseñaron "El mito de la caverna de Platón"? En esta alegoría, Platón afirmó que el ser humano vive en una caverna y que sólo es capaz de percibir las sombras de la realidad. Lo real está fuera de la caverna, pero que muy pocas personas se atreven a dejar la comodidad del interior.


En ese entonces, quizás pensamos que se refería a la época antigua, y que hoy, gracias a los múltiples avances que tenemos, es impensable imaginar que seguimos en una caverna viendo únicamente sombras. Pero, es muy probable que aún sigamos ahí, quizás ya no en una oscura y primitiva cueva, pero sí en la comodidad de un espacio, con un dispositivo en la mano, viendo las sombras de una realidad que no nos atrevemos a descubrir.


En la misma alegoría platónica, podemos inferir que salir de la cueva es alcanzar la iluminación, es mirar la realidad tal cual es, es liberarse de las sombras, de la ilusión... del sufrimiento.


¿Por qué sufrimos?


Si vemos el mundo desde una mirada rápida, nos daremos cuenta que estamos rodeados de sufrimiento: muerte, enfermedad, pobreza, violencia, abusos, violaciones, adicciones, suicidio, narcotráfico, trata de personas, contaminación, corrupción, vacío existencial, trastornos emocionales, y un largo, y quizás, interminable etcétera. ¡Qué caótico es todo! Donde mires, hay sufrimiento.


El mundo nos presenta una serie de alternativas para alcanzar la realización, la plenitud, la felicidad, el éxito. Y las perseguimos, las buscamos con afán, porque al final todo ser desea ser feliz y no sufrir. Todas y todos, incluso los animales, tenemos la principal motivación de alcanzar una felicidad permanente y evitar a toda costa el sufrimiento. Pero vivimos una existencia donde pareciera que es imposible.


Nos comparamos constantemente con las y los demás, con personajes de las redes sociales, con un yo del pasado o, incluso, con un yo ideal inexistente, pero que creemos que debería ser. Todo el tiempo tenemos expectativas sobre lo que debe suceder o lo que nos merecemos, sobre lo justo y lo injusto. Hacemos suposiciones sobre lo que sucede con las personas y las situaciones; suposiciones que no siempre tienen fundamentación, y aunque la tuvieran, no está en nuestras manos cambiarlo. Deseamos fervientemente aquello que nos han dicho y enseñado que nos dará la felicidad, pero que aún no poseemos. Y nos apegamos a personas, experiencias o cosas que ilusoriamente creemos que nos da la felicidad y nos aferramos para no perderla.


Cada uno de estos elementos (comparaciones, expectativas, suposiciones, deseos y apegos) contribuyen al sufrimiento que vivimos constantemente; cada una de ellas alimentadas por la ignorancia y por la ilusión. Al final, seguimos en la cueva.


La ilusión de la cueva


Uno de los principales problemas es que no nos damos cuenta que seguimos ahí donde Platón nos vio. Creemos que así es el mundo, que aquello que vemos es lo real y no nos atrevemos a cuestionarnos. Damos por sentado que el sufrimiento es parte de la vida y que es imposible escapar de ella. Nos resignamos.


Vivimos buscando esos momentos de placer, gozo y alegría temporal, efímeros. Caemos en un ciclo interminable de satisfacción - insatisfacción: vivimos nuestra existencia tratando de alcanzar las metas que nos dicen que nos llenarán de felicidad (una pareja, un hijo, una hija, una casa, un auto, un viaje, vacaciones, un trabajo estable, emprender, mucho dinero), pero que al llegar ahí, resultan no ser suficientes y se necesita más. Pretendemos escapar del sufrimiento, pero éste sigue estando ahí.


Aclaro: no estoy diciendo con esto que no tengamos metas, sino que, al menos, seamos conscientes de que esos objetivos, por sí mismos, no nos están dando esa felicidad duradera que tanto anhelamos.


Salir de la cueva, liberarse de la ilusión


En unas cuentas líneas es imposible explicar lo que lleva años de esfuerzo, dedicación, aprendizajes y crecimiento, pero sí me encantaría compartirte algunas ideas sobre ello. Me disculpo por todas aquellas personas que venden humo, que tienen la pretensión de que el cambio se consigue rápido, con simple creencia o voluntad, con vibraciones o decretos. No, los cambios profundos y reales se consiguen con la perseverancia, el esfuerzo, la determinación, y muchas veces, la guía de alguien que también está en ese caminar.


El primer paso, definitivamente, es el darnos cuenta. ¿Cómo podríamos abandonar todas estas ilusiones si primero no nos damos cuenta dónde estamos? No es algo fácil, porque estamos tan acostumbrados/as a ello, que toma su tiempo el notar que vivimos en un entorno que nos lleva al sufrimiento cíclico.


Un segundo punto, es identificar las raíces de nuestro sufrimiento, es decir, analizar las ideas que nos llevan a ello constantemente. Estas ideas están conformadas por distintos elementos, entre ellos, la educación que recibimos, las ideas familiares, la cultura, los aspectos económicos y comerciales, nuestro contexto histórico, aquello que vemos, etc.


El tercer elemento, es aprender a aplicar los antídotos a cada una de las causas del sufrimiento. Esto requiere un análisis profundo de cada uno de los aspectos que conforman nuestra percepción, para poder, entonces, atender a cada idea que causa nuestro malestar.


Un último punto será la práctica de una vida compasiva, una vida que no únicamente se centra en sí, sino que es capaz de compartirse hacia los demás seres y el mundo, pero ya libre de comparaciones, expectativas, suposiciones, deseos y apegos; una vida liberada de la ignorancia y la ilusión.


Un largo camino


Como les escribí hace un instante, no, esto no se da de la noche a la mañana, esto requiere de minutos, horas, días, semanas, meses, años de dedicación, de aprendizaje, de toma de conciencia, de identificación de ideas, aplicación de antídotos y de la práctica constante de la compasión.


Eso sí, es un camino maravilloso, donde vas dejando cargas, te sientes más ligera/o, donde se deja atrás el dolor, la culpa, las emociones aflictivas (como el rencor, el enojo, la angustia, el miedo, la tristeza, la desesperación, etc); donde vas encontrando la calma y la paz, que al final, son las características de la felicidad genuina y verdadera.


Deseo, en verdad, que camines este sendero y realmente la alcances.

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