top of page

¿Quién abraza al que abraza?

ree

Las luces se apagan, las computadoras se cierran, el micrófono se silencía, los agradecimientos se vuelven ecos en la mente (y el corazón); queda un instante de silencio en el que resuenan las historias, los momentos, lo compartido; un instante en el que convergen los miedos, los anhelos, las culpas, los reconocimientos, las esperanzas, los lamentos... un instante que dura una eternidad.


Muchas veces me pregunto cuál es ese límite entre lo sensible y lo práctico. ¿Cuál es esa línea entre conectar y protegerse? ¿Y si por protegerse no ayudas a que la otra persona se sienta en confianza? ¿Y si por brindar ese espacio de escucha, contención, comprensión y compasión no mantienes esa distancia que te ayude a ti?


Uno pensaría que como profesional de la psicología se tienen todas las respuestas. Sí, hay que reconocerlo, se tienen algunas y una que otra pista para otras; pero lo humano es algo que nos atraviesa: también enfrentamos situaciones cotidianas que nos estresan, familias a las cuales cuidar y proteger, condiciones de salud que atender, responsabilidades civiles a las cuales responder, pagos del día a día qué realizar. Sí, lo humano nos atraviesa, aunque, muchas veces, lo olvidamos.


Ahora que concluyo una semana más de actividades, en donde me tocó andar malabareando entre las responsabilidades clínicas, las sociales, las familiares, económicas, me he quedado con una sensación de sensibilidad, de profunda necesidad de sentir que aquello que hago (y no sólo en la labor profesional) realmente tiene un impacto; y no, no por simple reconocimiento, sino comprender que las acciones realmente podrían generar un cambio en las personas, y por ende, en el mundo.


Muchas veces, más de lo que uno quisiera, se presenta la sensación de insuficiencia. Reconozco con claridad que esta emoción tiene la influencia de esta sociedad que sobredemanda y sobreexige, donde una frase resume ese impacto: "siempre se puede hacer más".


Hay ocasiones en que, quizás, no se quiera hacer más, pero "se tiene" que hacer más, como una obligación o imposición emanado de un capitalismo voraz que, más que bienestar, es generador de angustias, estrés, desesperación, tristeza, frustración y demás emociones aflictivas.


¿Quién abraza al que abraza? ¿Quién consuela al que consuela? ¿Quién recibe la angustia de quien, constantemente, sostiene? ¿Quién le brinda compasión a quien, intenta, dar compasión?


Nos necesitamos unos a otros, unas a otras.


He notado cómo hemos aprendido a tenerle miedo a la palabra (y a la realidad) de necesitar. Tanto se nos repitió que "no debemos necesitar a nadie", que usarla se ha asociado a dependencia, debilidad, falta de fortaleza o de "amor propio", de "baja autoestima". Sin embargo, es real que nos necesitamos. ¿Y acaso la comida que comerás hoy tú la has producido? Piensa, por un instante, en todas las personas y todos los seres que tuvieron que interactuar para que hoy tengas ese plato de comida en tu mesa (un plato y una mesa, que por cierto, es probable, que tampoco tú la has creado).


Así que, sí, también quienes abrazamos necesitamos ser abrazados.


Les aprecio, y confío en que podremos cambiar el mundo una persona a la vez.


 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


bottom of page