Hablar sobre el suicidio es hablar sobre un tema altamente complejo. Así lo vamos comprendiendo quienes nos vamos adentrando poco a poco, con cierto temor, claro, pero con la esperanza de poder ofrecer alternativas a una persona que vive una situación tan angustiante.
La suicidología ha pasado por diversos momentos históricos, todos ellos, con el firme objetivo de encontrar elementos que nos ayuden a entender cuáles son los factores que contribuyen a que una persona piense en morir.
Durante la antigüedad, el suicidio era considerado un delito, y por lo tanto, habían castigos para las y los familiares; además, de que la visión que se tenia sobre la acción es que atentaba en contra de la voluntad de sus dioses (los únicos que podían disponer de la vida las y los mortales).
En el marco de la filosofía griega hubieron voces que la señalaban como inadecuada, una acción de cobardía, mientras que otras escuelas lo consideraban legítimo y como expresión de la libertad humana.
Con la llegada de la concepción cristiana y su influencia en la percepción sobre el mundo, el suicidio pasó a ser condenado enérgicamente, considerándolo un pecado que atentaba contra el mandamiento de "no matarás". Por lo tanto, en un mundo permeado por esta visión, la persona que moría por esta causa recibía una condenada en el mundo terrenal, pero también uno en el "mundo espiritual".
La edad media continúo con esta percepción castigadora del suicidio, desarrollando leyes que violentaban el cadáver de quien había muerto por autolesión: cuerpos arrastrados, mutilaciones, clavarles estacas, vejarlo, negar la sepultura, eran prácticas que buscaban intimidar a las demás personas para hacerles desistir de alguna intención suicida.
La llegada de la edad moderna trajo consigo una progresiva revolución ideológica, donde las reflexiones filosóficas (precursoras de las científicas) empezaron a abogar por una mirada tolerante y piadosa sobre el suicidio.
Al posicionarse la ciencia experimental dentro del ámbito social, el fenómeno suicida fue asociado a lo patológico, dándole una visión que lo vinculaba con estados clínicos de trastornos: delirios, manías, estados depresivos, etcétera.
No hay que pasar por alto que también se llegó a concebir el suicidio como un acto de máxima libertad o la expresión de una profunda desesperanza, todo ello, por influencia de la visión del romanticismo.
Gracias a Émile Durkheim es que se amplío la mirada sobre el suicidio, brindándole una connotación social y no únicamente individual.
Otro investigador que vino a revolucionar la percepción sobre el suicidio y le brindo un espacio dentro de las perspectivas científicas, con la suicidología, es Edwin Shneidman, sentando las bases de lo que hoy conocemos sobre este fenómeno.
Las formas de tratar de entender el suicidio continúan evolucionando, posicionándose hoy tres grandes enfoques: la suicidología existencialista, la suicidología evolucionista y la suicidología crítica, cada una aportando visiones que intentan explicar la complejidad del fenómeno suicida.
Hoy, en la suicidología moderna, se reconocen premisas que forman parte de nuestra profunda comprensión de la persona que se encuentra en riesgo: es una persona que sufre frente a factores familiares, sociales, culturales, ideológicos, históricos, económicos, religiosos, ecológicos, capitalistas, consumistas, generacionales, biológicos, genéticos, tecnológicos, colonistas, corporales, etcétera. Hoy nuestra actualidad se llena de diversas premisas de juicio con los que se evalúa a las personas para determinar su valía y la importancia que tienen en el entramado social.
Las premisas básicas están ya dadas. Afortunadamente hemos avanzado en la comprensión del riesgo suicida y su complejidad tan basta, como basta es la diversidad humana. Ahora, falta dar el paso revolucionario para salir al encuentro de esa persona que está ahí, sintiéndose culpable, insuficiente, incapaz, desesperada, desesperanzada, sola y sufriendo. Y no refiero al paso que se ha dado a nivel académico o profesional, sino al paso que se requiere por parte de las y los distintas/os actrices y actores sociales.
El esfuerzo seguirá siendo insuficiente mientras las familias, los colegios, las empresas, los centros religiosos, culturales, deportivos, los entornos sociales, los distintos niveles de gobierno, sigan dejando de lado el tema, sea por miedo, tabú, estigma o ignorancia.
Hoy la suicidología necesita convertirse en humanitaria, ¿y por qué en humanitaria? Porque estamos en un contexto donde la cultura de la guerra y la violencia es un factor de riesgo importante para la presencia del número de muertes por suicidio.
Paulatinamente, los números han ido en crecimiento en la región de las Américas, contrario a los indicadores mundiales. Esto ha llevado a prestarle atención, con cada vez mayor énfasis por parte de los organismos internacionales. Dichos números, a nivel global, parecieran ser mínimos, comparados con otras situaciones, sin embargo, tomemos en cuenta que, así como se buscan prevenir y evitar muertes en contextos donde el conflicto bélico está presente o algún desastre natural, también las muertes por suicidio son muertes que son prevenibles.
Hoy tenemos un problema humanitario con las muertes por suicidio: son muertes que se dan en un contexto de discriminación, segregación, desigualdad social, pobreza, clasismo, bullying, violencia de género, desastres ecológicos, explotación laboral, parámetros consumistas, desprecio a la diversidad, patologización de las emociones, tiranía del bienestar, cosificación del ser humano, narcotráfico, encarecimiento de la vida, pobreza, migración obligada, desintegración social, abuso sexual infantil, violencia intrafamiliar, abuso de poder, acoso, violaciones, machismo, misoginia, juicios hegemónicos, poca o nula solidaridad, falta de redes de apoyo, consumo de alimentos procesados e industrializados, pérdida de espacios recreativos y un largo etcétera de situaciones que contribuyen significativamente a esto.
No pasemos por alto que cada muerte por suicidio tiene un impacto importante en el entorno donde ocurre, llegando a verse afectadas hasta 130 personas, de las cuales, algunas podrían presentar, también, riesgo suicida. Además, y con el afán de ser enfático, hay que recordar que más que números son VIDAS PERDIDAS que se pudieron prevenir.
Existen diversas luchas que buscan la reducción de muertes prevenibles, frente a enfermedades, desastres y guerras, todas ellas en cruzadas humanitarias que acogen a una población vulnerable. ¿Cuándo consideramos a las distintas poblaciones en vulnerabilidad fuera de lo académico y lo intelectual y empezaremos las acciones humanitarias correspondientes?
Soy consciente que no es algo sencillo, porque aún se tienen que ir erradicando diversos tabús y estigmas sobre el suicidio, que permitan obtener recursos para la implementación de diversos proyectos. Sí, paradójicamente, uno de los primeros escollos es el modelo capitalista en el que estamos inmersas e inmersos; porque claro, toda cruzada humanitaria necesita recursos para ello, tanto materiales, como económicos.
Otro segundo frente es la aceptación de la población de esta ayuda humanitaria. No es algo material, no es algo tangible, pero es algo trascendente, pero que aún es difícil aceptar, porque las ideas estigmatizantes aparecen: "no estoy loca/o, no soy débil ni vulnerable", además de lo normalizado que están las distintas manifestaciones de violencia, que no es fácil reconocer que la vivimos y la ejercemos.
Hay muchos otros obstáculos, pero menciono un último que, incluso, indirectamente, podríamos estar promoviendo quienes estamos trabajando con el riesgo suicida: la dispersión de la responsabilidad. Hay una frase que intentamos que se comprenda, pero que empiezo a percibir que se toma en plural y no en individual: "el suicidio no es culpa de nadie, pero es responsabilidad de todas y todos". Sí, es verdad, en suicidología no hablamos de causas, porque no hay una directa que explique por completo una muerte por suicidio, pero creo que tendríamos que poner énfasis en la responsabilidad personal: "el suicidio no tiene una causa única, pero hay que hacerse responsables de las que estén en mis manos", y esto, como lo he mencionado previamente, incluyes a todos los sectores sociales, sin excepción.
Tómese esta larga reflexión como una invitación a empezar a considerar la transformación de la suicidología académica a una suicidología humanitaria, donde podamos crear redes, tanto entre profesionales, como con familias, colegios, empresas, centros religiosos, culturales, deportivos, servidores públicos, gobierno, líderes sociales y comunitarios, sectores vulnerables, colectivos.
Porque, trabajar en la prevención del suicidio es trabajar con los distintos problemas sociales que nos aquejan. El suicidio es la punta del iceberg de todo lo que representa como disfuncional una sociedad, porque debajo de esto, podemos mencionar el consumo excesivo de sustancias psicoactivas, el aumento de los trastornos mentales, el consumismo desmedido, el aumento de la violencia, la construcción de una sociedad líquida, el aumento de la pobreza y la desigualdad social, la presencia de menor capacidad para tolerar la frustración, entre muchas (¡muchísimas!) otras.
Bibliografía revisada para escribir esta reflexión:
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