¿Te has puesto a pensar en cómo todas las cosas que suceden a tu alrededor te afectan? ¿Te has dado cuenta cómo te preocupas porque todas las personas que son cercanas a ti estén bien? ¿Eres consciente del cansancio desmedido que puedes llegar a sentir en el día a día por todas las cosas que tienes que hacer y qué pensar? ¿Eres consciente de cómo, cuando alguien te cuenta las situaciones que viven las demás personas inmediatamente sientes lástima por ellas y te preocupas en desmedida?
Estoy seguro que alguna vez has escuchado la frase de que “la libertad termina donde empieza la libertad del otro”. Hoy quiero hacerle una pequeña modificación a esta frase para insertar el concepto de responsabilidad: “tu responsabilidad termina donde comienza la responsabilidad del otro”. ¡Ése es el gran detalle! Que en muchas ocasiones somos educados para asumir responsabilidades que no nos corresponden.
En una ocasión un amigo me dijo que la responsabilidad es como un chango que todos tenemos. Este chango está encima nuestro y podrá estar inquieto o tranquilo según vayamos desarrollándonos en la vida. El problema, me explicó en esa ocasión, es que hay personas que van tomando los changos de las y los demás y se las van poniendo encima. Obvio, esto, a la larga, hace que se les lleve la “changada”.
Si eres una de estas personas que toma los changos de los demás, estoy seguro que has vivido momentos de explosión, cansancio extremo, deseos de huir y no volver, insomnio, alta ansiedad, ganas de llorar sin saber por qué, entre muchas otras emociones. ¿Te sientes identificada/o?
También, es probable que te suceda, que no logras entender por qué los demás no son capaces de notar que estás al límite, que necesitas ayuda. No comprendes por qué no son capaces de asumir la responsabilidad que les toca, ¿pero te has preguntado cómo podrías estar contribuyendo a ello? No pretendo, con esto, señalarte como culpable, sino hacerte notar cosas, que quizás no habías visto.
¿Te suena el tema de la sobreprotección? Muchas veces, motivados por una falsa concepción del amor, nos volcamos sobre las personas que amamos para cuidarlos, protegerlos, evitar que les suceda algo malo; pero, sin darnos cuenta, poco a poco ellos y ellas se van acostumbrando a que nosotras/os asúmanos muchas de sus responsabilidades, y, desafortunadamente, no tienen un espacio para desarrollar esas habilidades, lo cual, paradójicamente nos hace creer que aún no están listos o listas y que sigamos asumiendo sus responsabilidades. A la larga, eso se convierte en un círculo vicioso del cual es algo complejo escapar.
Por ello, retomo la idea, de la importancia de ponerle ciertos límites a la responsabilidad, no sólo porque puede llegar a ser desgastante para una/o misma/o, sino porque también permitirá que las personas que amamos puedan desarrollar las habilidades necesarias para enfrentarse a las diferentes situaciones que el mundo ofrece.
¿Sabías que el amor también se relaciona con los límites? Los límites nos permiten tener claridad sobre lo que se puede y lo que no se puede hacer, por ello, el amor propio es capaz de ponerse límites frente a la realidad de las otras personas, sin olvidar el impacto que nuestros actos tienen en el mundo. Al final, cada uno de nuestros actos tiene un impacto a nivel macro, de ello somos responsables (por ejemplo, en temas relacionados al medio ambiente); pero no podemos asumir la responsabilidad de las otras personas, sin ignorarlas, pero sin cargarlas.
Viktor Frankl habló de la importancia de ser responsables frente al mundo, dar respuesta a lo que la vida nos pide, y es nuestra responsabilidad ayudar a que las demás personas desarrollen ciertas habilidades que les ayuden a vivir una vida plena y feliz.
Seguramente has escuchado la historia del pescador y el mendigo. El pescador, al ver que el mendigo le pedía un pescado para comer decidió mejor enseñarle a pescar, porque si le daba el pescado, sólo le ayudaría a satisfacer su necesidad un día, y si el pescador terminaba acostumbrando al mendigo a que siempre le daría de comer, él nunca desarrollaría la habilidad para obtener comida por sus propios medios, y también, corría el riesgo que eso que empezó a hacer por ayudar, terminara convirtiéndose en una regla, y cuando el pescador decidiera no dárselo, el mendigo se sentiría ofendido y defraudado. ¿Te suena familiar?
Así que, lo recalco, así como la libertad tiene límites, también las tiene la responsabilidad. Únicamente somos responsables de nosotras/os mismas/os. Podemos intentar hacer ver a las otras personas de ciertas circunstancias, pero de ahí a creer que está en nuestras manos hacerles cambiar de parecer; eso, únicamente quedará bajo responsabilidad de cada persona.
Comparte lo mejor de ti, pero nunca permitas que alguien cargue sobre ti el peso de su propia vida, su felicidad o el amor. Estamos aquí para compartir nuestra felicidad y amor con los demás. Si aprendemos a no cargar “changos” las relaciones crecerán y serán mucho más maduras y sanas.
Recuerda que tú eres la prioridad. Al amarte tú, podrás amar a los demás. Al respetarte tú, serás capaz de respetar a los demás. Si te das tiempo para ti, el tiempo que compartas con los demás será de calidad. Cuando el amor propio nos llena, éste reboza y se comparte con los demás, sin menospreciar y sin sobreproteger, sino confiando en que las personas que nos rodean podrán desarrollar esas capacidades, tarde o temprano.
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